miércoles, 15 de abril de 2009

Antes de la inmortalidad (1º parte)

Corría el año 1829. Mi madre y yo paseábamos cerca del rio Támesis. Mi madre me hablaba de lo importante que era para nosotros la clase social de la que gozábamos y que si no me casaba pronto con algún joven de la nobleza viviríamos como las demás gentes de la ciudad, ya que, estábamos arruinados.

Se empeñaba en que me casara con el joven John Laurent, pues su familia era muy rica gracias a unos buenos negocios que llevaban a cabo padre e hijo.

John era mi mejor amigo. Era la única persona a la que le había contado todos mis sueños y deseos, además de ser muy amable y divertido era bastante apuesto, no lo puedo negar. Tenía unos ojos castaños grandes y brillantes; su pelo era largo, rizado y de color negro; su piel tenía un tono bronceado y su sonrisa era tan dulce e inocente como la de un niño. Pero a pesar de todo lo que le hacía ser el hombre perfecto para cualquier muchacha, no me gustaba ni yo a él.

Estaba enamorado de una joven de cabellos claros y ojos de color turquesa. Su nombre era Elisabeth. Ella venía de una familia pobre que apenas tenía algo que comer, y como trabajaba como una de las doncellas de su madre la conoció allí. Por esa razón llevaban su relación en secreto, yo era la única excepción a este.

-Katherine, cariño – la voz de mi madre sonaba más cálida y amable. Mucho menos tensa que la de antes.

-Sí, madre, ¿qué es lo que ocurre? ¿Te encuentras mal? – mi madre padecía de una enfermedad ahora denominada cáncer.

-No, me encuentro perfectamente. Pero me preguntaba si te apetecía que vayamos a visitar a Meredith. Hace mucho que no la veo.
-Por supuesto. Vayamos pues.

Lady Meredith era la madre de John. Era alta y muy delgada; sus ojos eran de un color negro intenso, tanto que no se apreciaba la pupila de este y su larga cabellera rojiza la llevaba siempre recogida en un moño.

Hacía bastante que no iba a la gran casa de los Laurent. Parecía alcanzar el cielo y las nubes. Me gustaba esa casa. De niña había jugado mucho en ella con John, habían cambiado cosas desde entonces pero en mi, no muchas.

Me había pasado medio mes con mi madre, ya que había estado en cama y no podía dejarla sola. Le había contado lo que pasaba en la ciudad, le leí su libro favorito y le hable de todo lo que había aprendido de ellos. Fue la única ocasión de mi vida mortal que mi madre se interesó, o al menos eso aparentaba, por todo lo que nunca había querido escuchar y había rechazado de mí. Mi madre nunca entendió como me podía gustar todas esa cosas y no lo que ella veía en todas las jóvenes de la Corte. Por esa razón lo aproveché al máximo.

Llegamos a la casa y uno de los criados nos llevó a la gran sala donde Lady Meredith estaba tomando el té junto Lord Caleb y la doncella de Lady Meredith, Elisabeth, a la que dediqué una mirada de complicidad y confidencialidad. Una vez nos sentamos tomamos el té con ellos y charlamos sobre como los negocios iban floreciendo y llenando cada vez más el patrimonio de la familia. Mi madre y Lady Meredith estuvieron hablando de la posibilidad del matrimonio y unir las familias.

En ese momento John no se encontraba en la casa, había tenido que salir de viaje para ir aprendiendo el oficio de la familia. Cuando unos días antes recibí una carta suya donde me contaba todos los lugares que había visto y visitado y los describía «…son lugares maravillosos Kath. Paris es una ciudad con un gran esplendor. El museo del Louvre destaca entre lo más bello de la ciudad. Y mejor no hablar de la comida y sus maravillosos chefs. Esto tiene una belleza casi mágica, deberías verlos…» Yo sabía que no lo decía para herirme, al contrario quería decirme que tenía razón en todo lo que le había contado sobre el mundo, pero aun así me frustraba el hecho de que él pudiera ver y sentir todo lo que nunca había querido hacer y yo que era mi anhelo no. Me estaba perdiendo todos los cambios que se efectuaban cada día por quedarme en esa ciudad de la que ya conocía todos sus secretos y misterios. En mi carta le pedía que me trajera cosas de esos lugares, aunque fuera una piedra, pero por supuesto mi madre lo interpretaría como si me estuviera cortejando, eso me daba igual. También le pedía que la próxima vez me llevara con él y así podría escapar de Londres por fin.

Mi madre y Lady Meredith se pasaron el resto de la tarde hablando, tiempo que yo utilicé para escabullirme con Elisabeth y hablar con ella mientras tomábamos un poco de aire fresco.

Hablábamos sobre su relación con John, lógicamente ya que cuando volviera el día siguiente la presentaría a Lord y Lady Laurent de forma oficial.

-Estoy verdaderamente asustada, y si John se mete en problemas con sus padres por mi causa. No me aceptaran.

-No digas eso. Si nos les gusta no pasa nada, tú tendrás a John y todo su amor y él a ti. ¿Qué importa lo demás? Él sabe cómo lidiar con ellos, no te preocupes.

-¿Cómo no me voy a preocupar? Ya has visto lo que comentaban en la sala las señoras. Ambas desean que tú, querida amiga, seas la señora Laurent. Ellos no quieren a una vulgar doncella madre de sus nietos y más ahora que les sonríe la suerte.

Se veía claramente el miedo en sus ojos de color turquesa, y además ¡estaba temblando! Elisabeth era una muchacha valiente y segura de sí misma pero en ese momento, se derrumbó como nunca lo había hecho. Lo peor de todo es que ella tenía razón. No sabía que decirle, era ella la que siempre me animó y ayudó pero yo era una persona completamente nula a ello.

-Tú tranquila, no es nada. Cuando te conozcan mejor cambiaran de opinión.

Traté de tranquilizarla lo máximo que puede, pero me dio la impresión de que no lo conseguí. Seguramente fue porque yo estaba aun más nerviosa que ella. Me había dado cuenta de que ella siempre me ayudó y yo nunca a ella, o por lo menos no satisfactoriamente. Para una vez que era ella la que me pedía ayuda, no supe dársela.

-Katherine – escuché la voz de mi madre justo detrás de mí, espere que no hubiera escuchado nada – Vamos. El coche nos espera, date prisa.



Cuando llegamos a nuestra casa, mi padre nos estaba esperando en la sala, sentado en su sillón preferido. Era un gran sillón de cuero situado cerca de la gran chimenea de piedra situada en la pared Este de la habitación. Era donde acostumbraba a sentarse a fumar su pipa y tomar el té con sus amigos. También solía sentarse allí a pensar cuando estaba preocupado o tenía un problema. Cuando era niña y le veía preocupado me sentaba en sus rodillas y me recostaba en su regazo. Y él siempre me respondía con un abrazo y un beso cariñoso en la coronilla.

En aquel momento, estaba leyendo una historia de aventuras. Yo había heredado de él mi pasión por los libros y la lectura. Compartíamos muchas cosas y era la persona a la que más he amado no solo en mi vida mortal, si no también inmortal. Y fue del que más me costó separarme cuando morí mortalmente.

Después de la cena me despedí de mis padres y me dirigí a mis aposentos. Me quedé pensando unos instantes en el problema de Elisabeth y como la podía ayudar cuando de repente y sin previo aviso, me invadió una fuerte sensación que me recorrió todo el cuerpo y no sabía lo que era pero me asusté.

Fui hacia el balcón que daba a un enorme jardín para cerrar la puerta y no corriera el aire. Pero me quedé anonadada cuando descubrí un paquete de tamaño mediano y forma rectangular. Lo cogí y lo metí adentro de la habitación. El paquete era de color rojo y con un lazo blanco con una nota pillada con este. Dentro del paquete había un vestido negro. Era largo y enjuto. Era el que había visto la semana pasada cuando acompañaba a Elisabeth al mercado en un escaparate. El vestido me había encantado, ya que no era como los de la época era algo nuevo pero que no causó impresión hasta el siglo XX. Me lo habría comprado de haber tenido dinero suficiente, la tela era de muy buena calidad y de ahí su valor. Cogí la nota metida en un pequeño sobre perfumado con rosa, mí preferida, y de color crema. Estaba escrito mi nombre con letra clara y perfectamente legible. La abría y comencé a leer:

«Querida Katherine,
Espero que te quede bien el vestido y te guste. Lo he elegido con todo el amor de mi corazón. Me gustaría que lo llevaras puesto el día de tu vigésimo cumpleaños. Muy pronto estaremos juntos por fin y para toda la eternidad. Felicidades.

Un beso mi joven amante.
A.M.»


Firmaba con las iniciales “A.M.” ¿a quién pertenecían? ¿Qué había querido decir con “para toda la eternidad.”? No conocía a nadie con aquellas iniciales. Me quedé un rato observando la carta pero aquella ortografía tan perfecta y con tanto esplendor no era ninguna que conociera ni hubiera visto ni en los libros más bellos. Dejé de darle vueltas al asunto por esa noche, ya pensaría en el día siguiente sobre todo lo sucedido. Había sido un largo día y necesitaba descansar, pero ¿quién sería A.M.?

4 comentarios:

  1. me encantooooooooooooooooo!! k intrigaa!! jaja beostes

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  2. me alegro de k te alla gustado pronto subire la proxima parte

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  3. de verdad.. me dejó MUY intrigada.. kien sera A.M.?? xD Sta wapisimo..
    Sigue.. k kiero seguir leyendo!!

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  4. jajaj ai tenes la otra parte pr no dice ken es AM

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