domingo, 26 de abril de 2009

Antes de la inmortalidad (última parte)

Antes de dirigirme a ese distinguido caballero que me miraba, hice lo que me decía en su última nota. Me despedí de Elisabeth y de John cuando se marchaban y les agradecí todo lo que habían hecho por mí. Me abrazaron y después se marcharon. Después de esto me dirigí hacia el sillón donde estaba mi padre, como de costumbre.

-Hola hija. ¿Qué tal te ha parecido la fiesta? ¿Te has divertido?

-Si padre. Yo solo quería agradecerle todo lo que han hecho por mí desde que era una niña. Ustedes dos siempre me han ayudado y no lo he valorado hasta este momento. Gracias padre por haber sido tan bueno con migo.

No sabía porque le había dicho aquello, pero sentí que no tendría otro momento para decírselo. Antes de que pudiera decirme nada me abalancé sobre él y lo abracé.

-Te quiero, papá. Te quiero más que a nada y siempre te querré. – Le dije en un susurro casi inaudible. Noté como se derramaban las lágrimas contenidas en mis ojos.

Las lagrimas manaban de mis ojos y me di cuenta que cada vez le abrazaba con más fuerza como si fuera el último abrazo que le iba a dar pero eso era absurdo. Yo iba a permanecer con él hasta que llegara el final de su vida, de eso estaba segura que sería dentro de muchos años aun. De pronto, me di cuenta de que me devolvía el abrazo por primera vez.

-Yo también te quiero. Eres lo más importante que tengo. No sé qué haría si no te volviera a ver nunca. – Me dijo al oído con un tono cariñoso. Estaba segura de que él pensaba que me estaba despidiendo de él para siempre pero eso no podía suceder.

Después me despedí de mi madre. Aunque el momento no fue tan emotivo como con mi padre, sabía que mi madre me quería pero también sabía que a ella le hubiera gustado tener un heredero en vez de una heredera.

Todavía no se habían marchado todos los asistentes entre ellos descubrí a el misterioso caballero. Terminé de despedir a todos los invitados y me di cuenta de que él había desaparecido. Estaba confusa estos días habían sido los más extraños de toda mi vida y empecé a creer que tenía alucinaciones. Me dirigí a mis aposentos y al día siguiente le pediría a mis padres que llamaran al doctor porque no me encontraba bien. En cuanto abrí la puerta le vi sentado al lado de mi tocador. Cerré la puerta de inmediato y no paré de repetirme “No es posible, estoy alucinando de nuevo, él no puede estar aquí…”. Estaba anonadada no podía dejar de mirar a aquella alucinación.

-Hola Katherine – me estaba hablando y yo estaba asustada, tener alucinaciones era una cosa pero en cima escuchar voces, estaba claro que me estaba volviendo loca. – Tranquila, no estás loca y no soy ningún fruto de tu mente.

-¿Quién eres? ¿Qué quieres? – En ese momento estaba hablando sola o con mi mente según se viera lo que tenía seguro es que necesitaba un sicólogo.

-Mi nombre es Adam Myracle – su voz no podía ser producto de mi imaginación. Yo no tenía la imaginación suficiente para crear esa voz tan exótica y con un acento que no era común allí. Su voz tenía el mismo efecto en mí que su sonrisa y su mirada. Podría pasarme las horas muertas solo mirándole y escuchándole pero me fascinaba tener una conversación con aquel ser de asombrosa belleza. –Y respecto a tu segunda pregunta… – dijo sacándome de mis pensamientos con voz musical. Paró un instante y luego prosiguió. – Te quiero a ti, Katherine, únicamente a ti.

Me quede anonadada. Su respuesta me fue inesperada. Había venido por mí, ese magnífico ser me quería a mí, en ese momento me pareció una broma y se me escapó una pequeña carcajada pero él estaba serio, se veía que no era una broma y eso me asombro más aun. Corregí en ese momento la sonrisa que había tenido entonces, en ese momento fue él quien se rió, no lo podía comprender. ¿Intentó volverme más loca o algo por el estilo? Si ese era su objetivo lo estaba consiguiendo a las mil maravillas.

-Que tonta eres, mi amor. Te valoras demasiado poco y a mi demasiado. – Me dijo con una sonrisa de oreja a oreja mientras se situaba detrás de mí y me abrazaba. No me di cuenta hasta ese momento de que estaba temblando.

A pesar de estar delgado era fuerte y bastante. Me sentí protegida como si nada malo me pudiera pasar en ese momento. Su piel era como el hielo pero no me molestó en ningún momento.

-¿Te sientes mejor?

-Sí, gracias. Pero no entiendo por qué me quieres a mí. –Intenté aparentar indiferencia pero me pareció no conseguirlo.

-Por tu forma de ver las cosas y querer conocer el mundo. No eres como las demás. Las otra jóvenes, hoy en día solo sueñan con casarse con un hombre rico, todas menos tú. Solo sueñas con aprender las maravillas del mundo. Eres especial Katherine.

Me quedé aun más anonadada que antes. Conocía cosas sobre mí que solo le había contado a dos personas, y sabía que aquellas personas jamás le habían dicho nada. Dudo que supieras quien era.

-¿Cómo sabes tanto sobre mí? –Le pregusté mirando a sus claros ojos, ya que no pude resistirme y decirlo.

-Entiendo que tengas muchas preguntas pero este no es el mejor lugar para que hablemos. Ven te llevaré a un lugar donde podremos hablar tranquilamente. –Me dijo mientras me tendía la mano.

Miré su mano y después levanté la mirada hacia su cara. Quería que me fuera de mi hogar, quería sacarme de allí y entonces estaba segura de que no volvería a ver esa casa donde me crié y crecí ni a todos los que habitaban en ella. Observé la habitación el papel de flores rosa pálido, mi cama al fondo de la habitación de la que colgaban unas cortinas de color beige traslucido. Alrededor había una mesita con una lámpara y el libro que estaba leyendo y a la derecha de esta, entre el tocador de caoba donde había estado sentado Adam y la cama se encontraba una gran chimenea de piedra con unas velas y mi diario encima de esta. Mi diario, que llevaba escribiendo desde los cinco años ¿habría sacado Adam de él y todos los demás que había escrito que estaban guardados en un cajón del escritorio toda la información sobre mí?

-¿Por qué tendría que ir contigo? No te conozco y no sé nada de ti. – Dije de pronto volviendo la mirada hacia él, intenté aparentar que no me importaba nada de él y no quería saber nada de su pasado o de su vida, aunque esa no era la realidad en ese momento lo supe. Quería agarrar su pálida y fría mano y seguirle hasta el fin del mundo pero no podía dejar todo atrás. No podía darle la razón a mi padre y que aquel momento tan lejano si hiciera realidad. De pronto noté su suave y calado aliento en mí oreja y en un susurro me dijo

-Ambos sabemos que estas cansada de este lugar y de esta vida. Yo puedo enseñarte todo lo que siempre has querido, lo que siempre has deseado, lo que has contemplado en tus libros y nunca has podido ver porque te tienen como a un pájaro en su jaula de oro. Para conseguir abrir esa jaula solo tienes que dejarme ayudarte y te daré lo que siempre has deseado.

No pude resistirme más a su propuesta era demasiado atractiva para mí, le cogí de la mano y note como toda mi fuerza de voluntad abandonaba mi cuerpo y me dejaba a la merced de todas las tentaciones que Adam me podía plantear.

Eché una última mirada a mi habitación, que había sido mi refugio durante tantos años y cogí mi diario de color violeta, no me podía ir sin él. De pronto, recuerdo estar en el aire aferrada a él. Era como si estuviéramos volando pero lo único que había hecho era saltar desde el balcón de mi habitación al gran árbol al fondo del jardín. Eso explicaba cómo había dejado el paquete con el vestido que llevaba puesto allí.

Tardamos aproximadamente diez minutos en llegar a un gran castillo que parecía ser del siglo XV estábamos en medio del bosque posiblemente nadie sabía dónde se encontraba este lugar. Cuando entramos me condujo a una amplia habitación. Las paredes estaban quemadas seguramente hubo un incendio en aquel lugar aunque los muebles parecían haber sido cambiados ya que no estaban quemados. Había una gran cama, un ropero de caoba y un viejo tocador donde reposaban unos objetos que no se habían tocado en siglos. La chimenea estaba en la pared donde se apreciaba que las paredes estaban más quemadas.

Con tanto polvo me puse a estornudar y él me ofreció un pañuelo de color blanco.

-¿Confías en mí? –me preguntó mientras me tendía el pañuelo.

-He venido a este lugar apartado del mundo contigo, creo que la respuesta es obvia. Claro que confió en ti.

Sabía que a su lado no me pasaría nada, estaba segura y la verdad es que lo estuve siempre. Se inclino suavemente sobre mí, tendiéndome hacia atrás sosteniéndome con una mano la espalda mientras que con la otra me apartaba el pelo largo pelo del cuello. Se acercó lentamente y me dio un beso en el cuello, yo mantenía los ojos cerrados.

-¿Estas preparada? –Dijo en una voz débil.

-¿Para qué? –Le pregunté mientras abría suavemente los ojos.

-Para vivir eternamente junto a mí. – Volvió a decir en un susurro.

Y mientras decía esto volvía a acercase a mi cuello. Cuando sus labios rozaron mi cuello de nuevo le respondí.

-Sí.

En ese momento sus labios se abrían para dar paso a los dientes. Sentí como se clavaban en mi cuello y succionaban la sangre que manaba de mi cuello. Con los ojos cerrados respiraba tranquilamente, no sentía miedo y para no caerme una de mis manos estaba apoyada en su cabeza. Noté como mi ida se escapaba con cada gota de sangre que perdía.

Estaba débil y pronto necesite apoyar la mano libre en su espalda para sentirme más segura. Notaba que las piernas no soportaban mi peso. Me sostuvo entre sus brazos y me tumbo en la polvorienta cama. Cuando estaba a punto de morir sus boca se alejo de mi sangriento cuello y se posaban en los míos medios abierto que necesitaba para respirar. Me empezó a devolver toda la sangre perdida mezclada con la suya propia. Sentía que las fuerzas volvían a mí y no solo mis viejas fuerzas humanas sino unas completamente nuevas. Me sentía más fuerte y también más ligera y más ágil de lo que había sido en mis veinte años de vida humana. Supe que mi cuerpo humano había muerto y que en su lugar había un cuerpo inmortal y con unas habilidades el doble de fuertes que antes.

Su sangre me dio fuerza, resistencia, agilidad entre muchas otras nuevas cualidades. No solo me transmitió vitalidad si no nuevos sentidos. Pude percibir la voz de gente que estaba a kilometro de distancia. Vi el mundo con mis nuevos ojos, podía percibir las cosas con una vista más compleja de la que no escapaba ni la más mínima mota de polvo. Pero la sensación que más me sobresaltó, fue el olor de una sustancia dulce, me fascino su olor. La sangre tenía un olor atractivo, poderoso y su sabor era aun más delicioso que su olor.

Adam se separo de mí y me ayudó a incorporarme.

-¿Cómo te sientes?

Dirigí una mirada hacia él, con una sonrisa sobre mis labios bañados en sangre y mostrando mis nuevos dientes duros como el hierro y blancos como la nieve respondí.

-Más viva que nunca, mi amor.

domingo, 19 de abril de 2009

Antes de la inmortalidad (2º parte)

Faltaban dos días para mi cumpleaños y teníamos que organizar todos los preparativos previos en muy poco tiempo. Enviar las invitaciones donde se comunicaban el día y la hora, adornar la gran sala para que estuviera perfecta para la fiesta y elegir la comida que se iba a servir.

Mis padres estaban muy ilusionados con la fiesta, iba a ser una de las más importantes del año en la ciudad y ellos querían quedar bien, ya que venía mucha gente a la celebración y algunos muy importantes. Hubo más de doscientos invitados, contando nobles de otras Cortes y clérigos también, incluso vino la familia Real. Aparte vinieron amigos y demás familiares.

Con todos estos preparativos no tuve tiempo para pensar en lo que había pasado la noche anterior. Pero llevaría puesto el vestido tal y como me pedía en la nota para ver si de ese modo, la persona que me lo regaló confidencialmente daba la cara. Tenía mucha curiosidad, nada extraño en mí, pero cuando tuve tiempo de pensarlo detenidamente me di cuenta que el balcón estaba tres pisos por encima del suelo, y no había forma alguna de subir hasta a él si no fuera por la puerta de entrada. Estaba claro que alguien dejado allí el paquete, seguramente uno de los criados lo había dejado allí, quizás era un regalo de uno de ellos o quizás les dijo alguien que lo llevara allí. Tenía que averiguarlo. Pero en cada uno de ellos me encontré la misma contestación «No señorita, ¿desea alguna otra cosa?» Parecía que se ponían de acuerdo que iban a contestar a mi pregunta. Pregunté a mis padres pero en su contestación también encontré una negativa. Busqué entre la lista de invitados, sabía que vendría y para ello debería figurar en la lista, pero no encontré nada allí. No podía hacer otra cosa que esperar a que se presentara delante de mí, y eso hice.

Los primeros en llegar a la fiesta fueron John y su familia. Elisabeth también había sido invitada y venía cogida del brazo de John, cosa que me extrañó porque estaban Lord y Lady Laurent presentes.

-Buenos días, espero que disfruten de la velada – dije lo más educadamente posible.

-Gracias, y felicidades, querida. Tenemos un regalo para ti. Ten. – dijo Lady Meredith amablemente mientras me tendía un paquete de color crema.

-Muchas gracias, por favor pasen. Mis padres esperan en la sala vuestra llegada.

Sin decir nada más se dirigieron hacia mi madre que les esperaba. Entonces saludé a John y Elisabeth.

-¡Felicidades Kath! He tenido que darme prisa para llegar a tiempo, no me quería perder tu fiesta. – John tenía buen aspecto, sin duda le había sentado muy bien viajar y no estaba tan delgado como lo recordaba. – Ten lo he traído de unos cuantos lugares, espero no haber fallado.

-Gracias. Seguro que me encanta, pero una pregunta ¿cómo es que habéis venido cogidos del brazo?

-La verdad, es que en cuanto llegó se lo dijo a sus padres. – era la primera vez que Elisabeth hablaba desde que habían llegado.

- Y al parecer se lo tomaron bien ¿no?

- La aprecian mucho y les he convencido de que será la mejor mujer que puedo tomar como esposa.

-Me alegro mucho por vosotros, os lo merecéis.

Asintieron con la cabeza y se dirigieron a la sala mientras yo seguía saludando a los demás invitados, pero ninguno de ellos era “A.M.”


Llevaba puesto el vestido negro con un collar de perlas que era el regalo de mis padres. Por una parte mi cabello estaba recogido y la otra colgaba sobre mi espalda.

La gente comía, bebía y charlaba. Me sorprendió ver que había venido la familia Real, aunque estuviera invitada. En un momento me invadió de nuevo esa extraña sensación y sabía que estaba allí y me llamaba. Mientras recorría la sala fui examinado detenidamente los rostros de todos los invitados, pero ninguno de ellos era él que yo buscaba. Cuando terminé de recorrer la sala vi una figura que se alejaba cruzando el umbral de la puerta que daba al patio. Sabía que era a quién estaba buscando y que él quería que le siguiera. Salí corriendo detrás de aquella figura, pero la perdí cuando mi madre me llamó.

-¡Katherine, ven! Tienes que hablar delante de todos y agradecerles que hayan venido.

-Pero, madre, es que tengo, tengo que ir…

-Tienes que ir a recitar el discurso que hemos estado ensayando.

-Está bien madre. Voy en seguida.

Me situé en medio de la sala mientras miraba al patio. Agradecí a todos los asistentes los regalos y su compañía en ese día en el que todo mi mundo iba a cambiar. Me quedé hablando, y cada vez que intentaba escaparme venía alguien que me retenía. Eran las seis, los asistentes fueron tomando asiento para tomar el té. Yo tomé una taza con John y Elisabeth. Les conté lo de aquel misterioso personaje que me había regalado el vestido y les enseñé la nota. Primero la leyó Elisabeth y después John.

-Y ¿no sabes quién es? – preguntó con un tono serio y preocupado, casi me daba miedo responderle.

-No, pero sabía lo del vestido y eso solo se lo comenté a Elisabeth y no había nadie más. – dije señalando a Elisabeth que respondió un asentimiento.

-Debes tener cuidado, puede que no sea una buena persona. – dijo Elisabeth rápidamente antes de que John pudiera decir algo.

-Ya lo sé, pero algo me dice que puedo confiar en él, que no me hará daño.

- Si vas en su busca, avísame. No quiero que te suceda nada, eres como mi hermana. Prométemelo.

- Te lo prometo. Pero no me pasará nada. – la expresión que adoptó John no me gustaba y la de Elisabeth era triste pero cuando me miraba hacía un esfuerzo por sonreír como si se sintiera incomoda por la situación. – Anda toma unos pasteles, hace mucho que no los comes.

Intenté desviar la conversación pero John hacía caso omiso a lo que decíamos Elisabeth y yo. Me quería mucho como ya me había dicho antes y por esa razón entendía su preocupación y su cambio de actitud. No debería haberle contado nada. Me disgustaba que precisamente él estuviera de esa forma por mi causa, de ser el motivo de su preocupación. Nunca me había gustado que los demás sufrieran por mis problemas pero en ese caso yo no lo consideraba un problema.

Ya no estaba como antes aunque hablábamos de otra cosa seguía sin inmutarse por nada. Elisabeth le dio un beso cariñoso pero parecía que solo estaba presente en cuerpo porque ni si quiera se movió. Ella y yo intentamos que nos contara todo lo que había visto durante sus viajes, como en sus cartas. Pero lo único que salía de sus labios era “Son lugares muy bonitos y muy diferentes a Londres. Cada ciudad distinta a la anterior”.

Les propuse ver los regalos que tenía. Elisabeth estaba entusiasmada nunca había visto cosas de tanto valor que no fueran de su señora, John simplemente asintió fríamente. El regalo de sus padres era un bonito vestido de seda de color celeste con una diadema a juego. El de John eran varios regalos. Me había traído vestidos de las ciudades más distinguidas que había visitado como Roma, Venecia y París. Y los alimentos más exquisitos de esos lugares como un queso magnifico importado de París y que tenía un sabor completamente nuevo para mí. El regalo de la familia Real era un collar de diamantes y zafiros, era precioso, distinguido y elegante a su vez sin duda era una verdadera joya de la Corona de Inglaterra. El regalo del doctor y su esposa era un bonito recogedor de pelo de plata con unas pequeñas gemas incrustadas en él. Cuando terminamos de ver todos le di las gracias a John por sus regalos. Este solo respondió.

-Son meros objetos, no tienen valor.

Me estaba empezando a molestar su actitud así que les dije que tenía que atender a otros asistentes a la celebración. Elisabeth asintió con una sonrisa encantadora y John seguía perdido mirando a la pared del fondo sin decir palabra ni movimiento alguno. Mientras me dirigía a la mesa con la comida una de las criadas llamada Judit según recuerdo se acercó a mí.

-Perdóneme señorita, pero un caballero me dio esta nota para usted y dijo que debía entregársela lo antes posible. – Tomé la nota y la leí en voz baja.

«Querida mía,
Te llevo observando desde el comienzo de la fiesta, pero tú no me has visto. Has saludado a todos los invitados menos a mí. Veo que acerté con el regalo. Estas hermosa. Si no vienes a mí pronto iré yo a por ti, no lo dudes. Despídete de todos a los que aprecias y crees amar, puede que nunca los puedas volver a ver después de hoy, siendo Katherine Clare.
Un beso de tu amante.
A.M.»

-¡Judit, espera! – grite desesperada antes de que se marchara.

-¿Qué desea señorita?

-Necesito que me digas quien te dio la nota, es importante.

-No sé su nombre, solo me dijo que le entregara la nota que usted lo entendería.

-Pero ¿cómo es el caballero?

-Es un hombre joven, puede que algo mayor que usted, diría yo. Es bastante pálido y un poco delgado pero resalta a la vista que es un hombre fuerte. Sus ojos son finos y de color azul claro. Sus labios son gruesos y tiene una nariz pequeña. Sus cabellos son castaños y ondulados. La verdad es que es muy apuesto.

- Gracias, puedes retirarte. Pero antes dime ¿dónde se encuentra el caballero?

-Hace un minuto estaba sentado junto al profesor Philip y su esposa. Si me disculpa, debo seguir con mi trabajo.

La descripción que me había dado Judit, era sin duda la de un joven veinteañero, apuesto y muy hermoso. Nunca antes me habían descrito o había visto a nadie así. A nadie tan…perfecto.
Me quedé un rato mirando a mí alrededor hasta que vi una figura que resaltaba entre las demás. Ojos claros y finos, cabellos castaños y ondulados y piel pálida. Sin duda era él. Me quedé mirándole unos instantes y él a mí mientras me mostraba una sonrisa con picardía. Notaba que me hipnotizaba con la mirada, que me perdía en aquellos ojos azules y no conseguía salir. Y con su sonrisa me pasaba lo mismo al ver esos dientes tal blancos como la cal y me parecían extraños. Me sentía atraída por él como un imán atrae un trozo de hierro. Pero no me dirigí a él hasta finalizar la fiesta y se fueron todos los invitados.

miércoles, 15 de abril de 2009

Antes de la inmortalidad (1º parte)

Corría el año 1829. Mi madre y yo paseábamos cerca del rio Támesis. Mi madre me hablaba de lo importante que era para nosotros la clase social de la que gozábamos y que si no me casaba pronto con algún joven de la nobleza viviríamos como las demás gentes de la ciudad, ya que, estábamos arruinados.

Se empeñaba en que me casara con el joven John Laurent, pues su familia era muy rica gracias a unos buenos negocios que llevaban a cabo padre e hijo.

John era mi mejor amigo. Era la única persona a la que le había contado todos mis sueños y deseos, además de ser muy amable y divertido era bastante apuesto, no lo puedo negar. Tenía unos ojos castaños grandes y brillantes; su pelo era largo, rizado y de color negro; su piel tenía un tono bronceado y su sonrisa era tan dulce e inocente como la de un niño. Pero a pesar de todo lo que le hacía ser el hombre perfecto para cualquier muchacha, no me gustaba ni yo a él.

Estaba enamorado de una joven de cabellos claros y ojos de color turquesa. Su nombre era Elisabeth. Ella venía de una familia pobre que apenas tenía algo que comer, y como trabajaba como una de las doncellas de su madre la conoció allí. Por esa razón llevaban su relación en secreto, yo era la única excepción a este.

-Katherine, cariño – la voz de mi madre sonaba más cálida y amable. Mucho menos tensa que la de antes.

-Sí, madre, ¿qué es lo que ocurre? ¿Te encuentras mal? – mi madre padecía de una enfermedad ahora denominada cáncer.

-No, me encuentro perfectamente. Pero me preguntaba si te apetecía que vayamos a visitar a Meredith. Hace mucho que no la veo.
-Por supuesto. Vayamos pues.

Lady Meredith era la madre de John. Era alta y muy delgada; sus ojos eran de un color negro intenso, tanto que no se apreciaba la pupila de este y su larga cabellera rojiza la llevaba siempre recogida en un moño.

Hacía bastante que no iba a la gran casa de los Laurent. Parecía alcanzar el cielo y las nubes. Me gustaba esa casa. De niña había jugado mucho en ella con John, habían cambiado cosas desde entonces pero en mi, no muchas.

Me había pasado medio mes con mi madre, ya que había estado en cama y no podía dejarla sola. Le había contado lo que pasaba en la ciudad, le leí su libro favorito y le hable de todo lo que había aprendido de ellos. Fue la única ocasión de mi vida mortal que mi madre se interesó, o al menos eso aparentaba, por todo lo que nunca había querido escuchar y había rechazado de mí. Mi madre nunca entendió como me podía gustar todas esa cosas y no lo que ella veía en todas las jóvenes de la Corte. Por esa razón lo aproveché al máximo.

Llegamos a la casa y uno de los criados nos llevó a la gran sala donde Lady Meredith estaba tomando el té junto Lord Caleb y la doncella de Lady Meredith, Elisabeth, a la que dediqué una mirada de complicidad y confidencialidad. Una vez nos sentamos tomamos el té con ellos y charlamos sobre como los negocios iban floreciendo y llenando cada vez más el patrimonio de la familia. Mi madre y Lady Meredith estuvieron hablando de la posibilidad del matrimonio y unir las familias.

En ese momento John no se encontraba en la casa, había tenido que salir de viaje para ir aprendiendo el oficio de la familia. Cuando unos días antes recibí una carta suya donde me contaba todos los lugares que había visto y visitado y los describía «…son lugares maravillosos Kath. Paris es una ciudad con un gran esplendor. El museo del Louvre destaca entre lo más bello de la ciudad. Y mejor no hablar de la comida y sus maravillosos chefs. Esto tiene una belleza casi mágica, deberías verlos…» Yo sabía que no lo decía para herirme, al contrario quería decirme que tenía razón en todo lo que le había contado sobre el mundo, pero aun así me frustraba el hecho de que él pudiera ver y sentir todo lo que nunca había querido hacer y yo que era mi anhelo no. Me estaba perdiendo todos los cambios que se efectuaban cada día por quedarme en esa ciudad de la que ya conocía todos sus secretos y misterios. En mi carta le pedía que me trajera cosas de esos lugares, aunque fuera una piedra, pero por supuesto mi madre lo interpretaría como si me estuviera cortejando, eso me daba igual. También le pedía que la próxima vez me llevara con él y así podría escapar de Londres por fin.

Mi madre y Lady Meredith se pasaron el resto de la tarde hablando, tiempo que yo utilicé para escabullirme con Elisabeth y hablar con ella mientras tomábamos un poco de aire fresco.

Hablábamos sobre su relación con John, lógicamente ya que cuando volviera el día siguiente la presentaría a Lord y Lady Laurent de forma oficial.

-Estoy verdaderamente asustada, y si John se mete en problemas con sus padres por mi causa. No me aceptaran.

-No digas eso. Si nos les gusta no pasa nada, tú tendrás a John y todo su amor y él a ti. ¿Qué importa lo demás? Él sabe cómo lidiar con ellos, no te preocupes.

-¿Cómo no me voy a preocupar? Ya has visto lo que comentaban en la sala las señoras. Ambas desean que tú, querida amiga, seas la señora Laurent. Ellos no quieren a una vulgar doncella madre de sus nietos y más ahora que les sonríe la suerte.

Se veía claramente el miedo en sus ojos de color turquesa, y además ¡estaba temblando! Elisabeth era una muchacha valiente y segura de sí misma pero en ese momento, se derrumbó como nunca lo había hecho. Lo peor de todo es que ella tenía razón. No sabía que decirle, era ella la que siempre me animó y ayudó pero yo era una persona completamente nula a ello.

-Tú tranquila, no es nada. Cuando te conozcan mejor cambiaran de opinión.

Traté de tranquilizarla lo máximo que puede, pero me dio la impresión de que no lo conseguí. Seguramente fue porque yo estaba aun más nerviosa que ella. Me había dado cuenta de que ella siempre me ayudó y yo nunca a ella, o por lo menos no satisfactoriamente. Para una vez que era ella la que me pedía ayuda, no supe dársela.

-Katherine – escuché la voz de mi madre justo detrás de mí, espere que no hubiera escuchado nada – Vamos. El coche nos espera, date prisa.



Cuando llegamos a nuestra casa, mi padre nos estaba esperando en la sala, sentado en su sillón preferido. Era un gran sillón de cuero situado cerca de la gran chimenea de piedra situada en la pared Este de la habitación. Era donde acostumbraba a sentarse a fumar su pipa y tomar el té con sus amigos. También solía sentarse allí a pensar cuando estaba preocupado o tenía un problema. Cuando era niña y le veía preocupado me sentaba en sus rodillas y me recostaba en su regazo. Y él siempre me respondía con un abrazo y un beso cariñoso en la coronilla.

En aquel momento, estaba leyendo una historia de aventuras. Yo había heredado de él mi pasión por los libros y la lectura. Compartíamos muchas cosas y era la persona a la que más he amado no solo en mi vida mortal, si no también inmortal. Y fue del que más me costó separarme cuando morí mortalmente.

Después de la cena me despedí de mis padres y me dirigí a mis aposentos. Me quedé pensando unos instantes en el problema de Elisabeth y como la podía ayudar cuando de repente y sin previo aviso, me invadió una fuerte sensación que me recorrió todo el cuerpo y no sabía lo que era pero me asusté.

Fui hacia el balcón que daba a un enorme jardín para cerrar la puerta y no corriera el aire. Pero me quedé anonadada cuando descubrí un paquete de tamaño mediano y forma rectangular. Lo cogí y lo metí adentro de la habitación. El paquete era de color rojo y con un lazo blanco con una nota pillada con este. Dentro del paquete había un vestido negro. Era largo y enjuto. Era el que había visto la semana pasada cuando acompañaba a Elisabeth al mercado en un escaparate. El vestido me había encantado, ya que no era como los de la época era algo nuevo pero que no causó impresión hasta el siglo XX. Me lo habría comprado de haber tenido dinero suficiente, la tela era de muy buena calidad y de ahí su valor. Cogí la nota metida en un pequeño sobre perfumado con rosa, mí preferida, y de color crema. Estaba escrito mi nombre con letra clara y perfectamente legible. La abría y comencé a leer:

«Querida Katherine,
Espero que te quede bien el vestido y te guste. Lo he elegido con todo el amor de mi corazón. Me gustaría que lo llevaras puesto el día de tu vigésimo cumpleaños. Muy pronto estaremos juntos por fin y para toda la eternidad. Felicidades.

Un beso mi joven amante.
A.M.»


Firmaba con las iniciales “A.M.” ¿a quién pertenecían? ¿Qué había querido decir con “para toda la eternidad.”? No conocía a nadie con aquellas iniciales. Me quedé un rato observando la carta pero aquella ortografía tan perfecta y con tanto esplendor no era ninguna que conociera ni hubiera visto ni en los libros más bellos. Dejé de darle vueltas al asunto por esa noche, ya pensaría en el día siguiente sobre todo lo sucedido. Había sido un largo día y necesitaba descansar, pero ¿quién sería A.M.?

lunes, 13 de abril de 2009

Introducción

11 de abril de 1824
Querido diario:
Por fin he comprendido como podría ser verdaderamente feliz. He comprendido porque tengo ese afán por las historias de vampiros y seres sobrenaturales… ¿por qué?- seria la pregunta más acertada, la respuesta – Por envidia. Por tener lo que yo más anhelo, lo que yo más deseo - ¿el qué? – El tiempo. El tiempo para conocer y ver todo, para sentir amor, felicidad, tristeza, desgracia… Para aprender todo lo que el mundo tiene oculto bajo su hermoso manto; para ver toda la belleza que esconde una canción, un libro, una flor, el viento, una roca incluso. Para ver como avanza la humanidad, como inventan cosas completamente distintas que nadie nunca se imaginó, como suceden los hechos de la historia del hombre que sin duda alguna es la historia más bella que habrá jamás. Tienen todo el tiempo que ellos elijan para conocer hasta el más escondido de los lugares, el que a nadie le interesa ni le importa porque puede llevar abandonado años, décadas, siglos incluso y por diversas razones nadie vuelve. Pueden amar, y no me refiero a ese amor de ahora, del que se dice “te quiero” o cualquiera porque queda bien o ese amor simple y exclusivamente carnal. Hablo del amor de verdad. De un amor sin prejuicios y sin interés, un verdadero amor, un amor limpio y puro cual arroyo de una montaña que baja por la ladera de esta sin contaminación, que sería el odio que ahora los seres humanos hacemos crecer como la zarza en nuestro jardín. Son bellos y no aman por ese hecho. Aman a cualquiera sea de su especie o no; sea hombre o mujer; sea anciano, adulto o incluso un niño recién nacido. Tienen toda la sabiduría de su existencia. Son nada y a la vez son todo, y aunque sé que estos seres no existen y que nunca van a existir por el mero hecho de que yo lo desee. Yo no soy nadie para que este hecho suceda, solo soy una simple mortal, humana como todos y yo no tendría que ser especial y que por mi cambiara el mundo tal como lo conocemos, pero me estoy adelantando a los hechos. A veces me pongo a soñar despierta, sueño que estos seres existen y que les pido que en mi vigésimo cumpleaños me convirtiera en uno de ellos, que me diera ese don que es la vida eterna y me lo da. Después, en mi sueño, estudio todas las materias conocidas por el hombre, todos los idiomas…todo. Descubro todas las maravillas que el mundo expone ante mí y me maravillo con las nuevas tecnologías, las nuevas formas de música, de literatura, de arte. Miro al mundo y por primera vez me siento viva. Lo malo, es dejar a todos mis seres queridos, a la gente que aprecio y siempre me ha ayudado, pero a pesar de eso vivo inmensamente feliz. El mundo es un misterio del que nos falta mucho por descubrir, demasiado tal vez, pero lo que tengo claro mas bien, transparente es que lo quiero conocer todo por muy insignificante que sea lo quiero conocer. Y algún día lo haré.

Me llamo Katherine Clare y quiero contaros mi historia. De cómo mi vida dio un cambio que resultaba imposible para mí. Pero esta es la prueba de que los sueños se pueden cumplir si lo deseas con toda tu alma.

Cuando mi cuerpo murió tenía la edad de veinte años, fueron unos años muy felices, rodeada de todo lo que una chica podía desear incluso más, había cosas que no necesitaba y que nunca usé pero al ser hija única mis padres me concedían cualquier capricho, cosa que luego aprendí no me era tan necesario como yo había estimado. Pero aunque mi cuerpo tenga la edad de una veinteañera en realidad tengo dos siglos de existencia.

Físicamente no parezco muy fuerte ni muy ágil pero la verdad es todo lo contrario. Puedo soportar el peso de dos camiones llenos e incluso más pero nunca he probado soportar más peso, ya que, nunca me ha hecho falta y no creo que me haga falta nunca, para seros sinceros. Respecto a mi agilidad, esa cualidad va un poco ligada a mi extremada, me permite sortear cualquier obstáculo cuando voy corriendo, supongo que la podré usar de otras maneras pero nunca me he dedicado a probar mis poderes. Pero la verdad es que la forma en la que corro me asustó hasta a mí el primer día que la probé. Fue algo mágico, sorprendente, inigualable, fue como volar. Corría a tal velocidad que apenas puse los pies en el suelo.

Pero hay cosas que no cambiaron en mí después del cambio. Sigo teniendo el pelo dorado, largo y ondulado, pero los ojos de un color miel han cambiado. No soy muy alta pero lo fui, ya que en la época en la que yo nací la gente era más baja que ahora. Lo que sí ha cambiado es mi tono de piel. Antes mi piel era morena y ahora es de una tez pálida, es algo que debería haber supuesto, pero la verdad el cambio no me molesta nada, la verdad que es con este tono de piel mis facciones resaltan mucho más.

Nací en el Londres del siglo XIX, exactamente el 19 de agosto de 1809. Pertenecía a una de las familias más prestigiosas de Londres. A pesar de todo, vivía en un mundo de fantasía, me enfrascaba en las historias sobrenaturales que eran mis favoritas aunque leía libros de todo tipo. Mis padres querían casarme, ya que las señoritas de ese tiempo más jóvenes que yo ya estaban casadas y con una familia. Yo nunca había sido de esa clase de chicas que soñaban formar una familia, hasta eso cambió pero me estoy adelantando a los hechos. El matrimonio para una mujer en ese tiempo era la forma de dejar atrás la poca libertad de la que gozábamos para convertimos en las esclavas de nuestros maridos. Esa es la razón por la que me negaba a tomar a ningún hombre por esposo. Si me casaba seria por el verdadero amor del que os he hablado anteriormente, solo por un amor tan poderoso yo habría dado todo pero no fue así por el mero hecho de que no encontré tal cosa en mi vida mortal. Mis pretendientes solo querían casarse con migo para heredar después el dinero y el titulo de mi familia, esa era otra de las razones por la que me negaba al matrimonio.

Pero de lo que realmente quiero hablaros antes de profundizar en mi historia, es el porqué de desear que las cosas sucedieran como lo hicieron y la verdad es que de muy pequeña he vivido sumergida en la curiosidad. Siempre me ha gustado explorar todo lo que me rodeaba, todo lo que veía y me parecía interesante, raro y desconocida. Siempre he querido saber el porqué de las cosas ¿Por qué el sol brilla durante el día y después se esconde dando paso a la oscuridad de la noche? ¿Por qué hay noches sin luna y otra que solo se ve una pequeña parte de esta? ¿Por qué hay personas altas y bajas, morenas y rubias, gordas y flacas? ¿Por qué las canciones y las poesías tienen algo que las hace tan bellas? Estas son algunas de las muchas preguntas que daban vueltas en mi cabeza a la temprana edad de cinco años.

La literatura fue mi mejor amiga durante toda mi vida mortal y mi existencia inmortal. Me enseño muchos de las maravillas que se escondían detrás de Londres, y quise recorrer todos esos lugares que describía. Quería pasear por el desierto de Egipto, navegar por el Nilo y explorar sus pirámides y secretos, su antigua lengua y escritura, y esas preciosas cámaras donde daban sepulcro a los faraones con todas sus riquezas, su hubiera cabido hubieran metido hasta el palacio donde vivían. También quise recorrer las calles de Roma donde los emperadores habían levantado ese gran impero por el mediterráneo alcanzando todos esos lugares construyendo en ellos los templos, coliseos, circos, acueductos y demás, y también enseñando el latín a todas las gentes. Me hubiera encantado ver todo ese esplendor del Imperio Romano.

Ahora os voy a empezar a contar mi historia desde unos días antes de mi transformación a vampira y muerte entre los que siempre he querido.